5-El día después
Estábamos preparando el
viaje de Aleksei (ahora sabía de dónde había brotado la versión mística de sus
contactos con seres de otros mundos); y perfeccionado la torre con sus
sugerencias, así que ya casi disponíamos de energía ilimitada, pero todavía nos
la estábamos reservando. Habíamos buscado como locos, hasta que alquilamos un
equipo de detección ultrasónica y los encontramos en una cámara de cemento
sellada a diez metros bajo tierra en un pabellón secundario, absolutamente
todos sus documentos hasta el año 1917, el año en que dinamitaron la torre (y
nos dejaron de regalo toda la estructura subterránea). Ya sabíamos que los
documentos de Belgrado estaban en Rusia hacia al menos cuarenta años, pero no
nos constaba que los hubieran abierto. El Gobierno nos acosaba permanentemente:
habíamos logrado bloquear el sistema HAARP sin que hacker alguno les hubiera
puesto un dedo encima, y manejando la resonancia Schumann habíamos frenado
amenazas de terremotos graves en zonas de alta densidad de población, pero no
tenían una sola prueba, y nosotros seguíamos siendo una inocente panda de
loquitos frikis. Los drones zumbaban permanentemente sobre el complejo, pero
siempre teníamos varios frikis en camiseta tomando sol y saludando a las
cámaras, sabíamos que eso los sacaba de las casillas. Un día, trabajaba en
teoría de la resonancia en un escritorio, y noté que Oksana, una de mis socias más
cercanas, me miraba. No tenía buena cara, todas las noches lloraba hasta
dormirme, mi corazón estaba partido pero a la mañana, me lavaba la cara, tomaba
mi café y el cerebro pasaba a tomar el mando. Pero igual seguía sin sentirme
bien, me sentía hinchada y se me había cortado el ciclo, ¿se me habría
precipitado una menopausia con la radiación del viaje?¿Y si tenía un cáncer o
algo así?
-A ti te pasa algo.- me
dijo con su fuerte acento ruso, se negaba a hablar inglés con toda su alma,
aunque no le quedara otra.
-No, no me pasa nada,
estoy bien…- dije con poca convicción- Bueno, me había advertido que la
exposición a alta tensión iba a causarme efectos a distancia en el tiempo,
quizás es solo eso. Tendría que hacerme un chequeo para constatar que no haya
alteraciones pos viaje.
-Me parece que es otro
efecto a distancia, y no del millón de voltios. Y vas a necesitar el
chequeo.-dijo dejando miles de puntos suspensivos y volvió a su trabajo.
Esa noche, Aleksei me
llamó muy enigmático a su despacho; venía muy contento con la idea de viajar,
pero esa noche había guardado la alegría en el bolso.
-Siéntate, Ana Laura,
tenemos que hablar.-me senté intrigada y me sirvió café- Creo que no se la
historia completa, y me gustaría que la completaras.
-No sé de qué me habla,
Aleksei, trabajamos juntos, ¿qué me voy a guardar?
-Algo más…íntimo,
podría decirse.- dijo detrás del escritorio, y se quedo mirando con sus ojos
azules como el hielo ártico- Y con consecuencias.
-¿Quién le dijo algo,
Oksana?- arriesgué, esa perra, le iba a arrancar los pelos si llegaba a moverme
el piso.
-No, lo vemos todos; lo
nuestro no es la biología, lo se, pero es demasiado evidente como para que se
le pase a alguien observador. La opinión general es que estas esperando un
hijo.
Mi silencio fue
suficiente respuesta. ¿Por qué no lo había pensado?¿O lo estaba negando?
-¿Te das cuenta de cómo
comprometiste la investigación dando lugar a un impulso, Ana Laura?- dijo y
comenzó a pasearse por el despacho como un tigre, mientras yo quedaba cabizbaja
en el banquillo del acusado- No voy a darte un discurso, porque tampoco hablar
es lo mío; solo pienso que ya no puedes seguir en este proyecto. Te
destinaremos a otro más teórico, o quedarás como asesora.- salté del asiento.
-¡No, por favor, no lo
haga, Aleksei!¡Este proyecto es mi vida, por favor!
-¿Le prometiste que
ibas a volver?- me senté llorando en silencio- Vamos, no llores, no se qué
hacer con mujeres llorando, por eso estoy acá. Me estás dando una razón más
para separarte; no te echo porque… Bueno, porque…Porque es su hijo, y va a ser
nuestro guía algún día, por ende debe quedar dentro de la familia Wardenclyffe.
Nada más, puedes retirarte; mañana te presentarás al departamento técnico del anexo
3.
(Después de que salió,
Aleksei se quedó sentado en silencio; la envidiaba con todo el alma. Sabía que
podía conocerlo, podía cenar con él y la élite, podía compartir conocimientos;
pero sabía que jamás iba a tener el honor de llevar a su hijo en su vientre.
Ese era el poder de la mujer. Pegó un puñetazo en el escritorio y se quedó
fumando un cigarrillo detrás de otro hasta el amanecer.)
Retomé mi trabajo al
día siguiente en un anexo teórico, donde se trabajaba en la forma de ubicar
coordenadas para dar energía eléctrica a una zona determinada del planeta sin
llamar la atención como forma de ensayo final de la torre; una vez terminado el
trabajo, otros teslians desde Australia a Siberia estarían listos para cortar
la energía de sus respectivas usinas el día y hora indicado; pero por el
momento, estaba en el papel. En el anexo 3 se quedaron boquiabiertos cuando
vieron que la heroína de unos meses atrás venía con su cajita de cartón, sus
libros, apuntes y plantas a ocupar un triste escritorio frente a un monitor.
Ah, y portando una pancita de más o menos unos cuatro meses, desterrada como
una Magdalena pecadora. Primero me trataron fríamente, luego la envidia corrió
como reguero de lava cuando comenzó a circular una versión libre de la historia
que incluía hasta la idea de una intención previa y haber usado el proyecto
como forma de dar cauce a mi delirio místico de ser una especie de Virgen María
del nuevo milenio (se notaba que eran hipótesis quizás pensadas en voz alta por
Aleksei, y eso era una minicomunidad),pero poco a poco, comenzó a plantarse una
semillita de idea de que por fin podrían decir que realmente eran una comunidad
con un aglutinante que todavía ni siquiera estaba cerca de nacer. Seguí
llorando por las noches, ahora más que antes, comencé a alimentarme mal y a
dormir peor, hasta que un día se acercó a mi dormitorio Louise, mi secretaria.
La hice entrar y volví a echarme en la cama, ya la panza molestaba y la tristeza
me quitaba fuerzas. Ella se sentó en el borde de la cama, era una chica
sencilla de Wisconsin recibida en el MIT, y no le gustaba andar con vueltas.
-Te extrañamos, Ana;
fue muy injusto lo que hizo Aleksei.- dijo apenada; yo solo me encogí de hombros,
y me arropé en el acolchado; no sabía si el frío era externo o interno-Nos
comentaban que no te estás cuidando; ni siquiera has ido al médico…
-Cuando me echaron
nadie vino a verme, Lu.- dije, pensando en aquel que quizás estaría pensando en
sus malos momentos que alguien tampoco cumplió.
-Aleksei nos prohibió
tener contacto contigo terminantemente; amenazó con echar del proyecto a todas
las mujeres, y desde entonces sólo han viajado él y Vanka. -Ivan, o Vanka, era
el segundo ingeniero a cargo. Las perdoné, la razón era de peso- Venía a
ofrecerte acompañarte a New York a ver un obstetra, y bueno, si no quieres ir a
New York…- si, no quería ni pisar New York; tenía un buen seguro médico, pero
no quería sufrir una sobredosis de soledad- Nos arreglaremos con un médico
general del pueblo; pero no queremos dejarte sola; por momentos hasta pensamos
en irnos todas las mujeres del proyecto por lo que te hizo.
-No vale la pena el
sacrificio, Louie, no dejen su sueño de lado; y Aleksei…Bah, el karma no
perdona.- dije y sentí que ya estaba hablando a través mío, como si fuera su
médium.
-Ana, ¿qué puedo hacer
para cuidarte, para que te sientas mejor? No puedo verte tan triste. ¿Quieres
un poco de te? Traje unos bizcochos.
Se levantó y fue a la
cocinita a hacer el te; vivíamos en las casitas refaccionadas que habían sido
planeadas para los empleados originales de Wardenclyffe, que jamás habían
llegado a ser estrenadas; formaba como un pequeño pueblo en la periferia del
complejo, en la isla pelada por los vientos helados del Atlántico norte. El
suministro de electricidad era autónomo totalmente, y cada casa tenía su
receptor, muy parecido a las pantallas de energía solar que la CIA creía que
usábamos. Me levanté de un salto: ya sabía cómo podía mejorar mi ánimo.
-Lu, ¿ tienen acceso a
los generadores de campo todavía?
-A veces, pero la
mayoría de los hombres se plegaron a Aleksei y siempre alguno ronda.-carajo,
ahora una guerra de los sexos, lo que necesitábamos, me dije; qué poder tenían
los celos y la envidia, mierda, pensé; pero teníamos que intentar comenzar a
ganarlos de nuevo. Y solo cabía algo: que mi hijo fuera varón, porque si era
una niña, la batalla iba a ser sangrienta.
-¿Qué posibilidades hay
de un envío pequeño, como una carta…o una paloma?
-¿Una paloma?- primero
me miró como si estuviera delirando, pero de golpe entendió:- ¡Ya se, la paloma
blanca!¡Una paloma blanca, SU paloma blanca!-exclamó con alegría- ¡Si, vamos a
hacerlo!-se sentó a tomar el te conmigo. Pero la euforia se le vino abajo enseguida:-
Si, sabemos que la dichosa paloma llega, pero ¿cómo hacemos con esos tipos ahí?
-¿Y si tratamos de
convencerlos de darle continuidad a la historia? Piensa; una paloma que no
tendría que ser la misma, porque viven más o menos unos diez años; pero es la
misma durante nada más y nada menos que ¡treinta años! O sea, es nuestra
paloma, porque sencillamente no existe una paloma que viva treinta años. Si los
convencemos que se trata de fusionar la historia con un dato constatable, capaz
que los convencemos. No estaríamos cambiando la historia, la estaríamos
creando.
-Y podrías mandarle
mensajes con la paloma; bien pensado como siempre, Ana. Estaba pensando que una
carta podríamos mandarla aquí mismo en el periodo en que estaba trabajando
aquí; es un elemento estático, así que aparecería donde lo pusiéramos
prácticamente sin gasto de energía; ni siquiera hay que calcular coordenadas
espaciales. Creo que hay un criador de palomas mensajeras acá unos kilómetros,
voy a buscarlo mañana; y voy a hablar con las chicas para comenzar a estudiar cómo
convencerlos, vamos a tratar de llegar primero a los que no tomaron partido en
contra de entrada y los que no se dejaron llenar la cabeza por Aleksei.
-Dijiste que habías
traído bizcochos, ¿no?¿Donde están? Por favor, pídeme un turno con el médico
del pueblo, ¿si?
Había vuelto a la vida.
Esa noche ya no lloré; le escribí y le conté que pronto nacería su hijo.
Robert y Nikola
paseaban por el jardín de la residencia de los Johnson; era la única forma de
hablar en privado del tema del día, Katharine estaba tan furiosa que ni
siquiera había salido a saludarlo (aunque a la tarde había recibido una airada
esquela suya).
-Amigo, no se qué hacer
contigo. Nos hiciste meter la pata en grande esta vez.
-¿Ahora resulta que no
puedo cambiar de idea? No me digas, Luka.
-Si, pero ¿justo tenías que cambiar de idea nada menos que con la hija de Morgan? Está frenético, ya no
se qué decirle, parecía que me iba a tirar con algo cuando se lo dije y la
chica está llorando encerrada en su cuarto desde que se lo dijeron. Por favor,
reconsidéralo. No dejes que una aventurera te haga cambiar de parecer; vas a
perder un diamante por un vidrio de botella. Estuve haciendo averiguaciones por
medio de mis amigos en Londres, y el tal diplomático lord Woodham no existe; no
se de dónde sacó la invitación, pero estaba convencido cuando la vi, de que no
la conocía. Quién sabe si no la robó para poder entrar a nuestro círculo.- dijo
Robert; se sentía cada vez mas disgustado de que su amigo resultara estafado otra
vez, pero quizás ahora con graves consecuencias. No había que meterse con gente
de la talla, el poder y la escasez de escrúpulos de los Morgan, padre e hijo.
Su padre, John Pierpont, había sido de la estirpe de guerreros inmisericordes
que habían forjado Norteamérica sobre la sangre de nativos, negros, irlandeses
y chinos; y Jack, el hermano, no lo era menos: ya despuntaba como un guerrero
inmisericorde de las finanzas. Y capaces de todo. Pero Tesla estaba cerrado a
razones, increíblemente hasta a él, quizás solo escuchara a Katharine, y ella
no quería hablarle porque también se sentía estafada. Sólo lo escuchaba (o hacía
como que) en silencio. Se detuvieron a encender cigarrillos y él dijo:
-Mi querido Luka, puedo
decir con absoluta certeza que no es una aventurera, es una científica real y
lo he comprobado personalmente; no soy tan ingenuo, puedo serlo en muchas cosas
pero no en esto. Para una mujer en nuestros tiempos puede ser muy duro
presentarse en un círculo sumamente limitado como el nuestro como soltera y
libre; apenas la aceptaron a medias como universitaria. En París tal vez y
despertando el escándalo tanto como la admiración, pero no acá. ¿La invitación?
Quizás se la cedió una amiga y vio una oportunidad para intentarlo, yo también
he intentado aprovechar oportunidades. Pero Norteamérica sigue teniendo el
mismo espíritu que hace dos siglos por más que sea la meca tecnológica del
próximo. De todas maneras, no es el tema: no se si sabes que ya ha
regresado a su país, así que te darás cuenta de que esa no es la cuestión.
-Pero, ¿y
entonces?¿Cual es el problema?- Robert ya comenzaba a marearse.
-El problema es que lo
estuve pensando más detenidamente, y me di cuenta de que no tengo interés en
crearme obstáculos, y el matrimonio implica obligaciones; en unos meses debo
trasladarme a Niagara Falls quien sabe por cuánto tiempo, después quien sabe,
¿y crees que voy a arrastrar a una esposa a ese tipo de vida, o que voy a
dejarla sola? Y por mi lado, ¿crees que voy a dejar mi trabajo por llegar a casa
a las cinco? Aunque pudiera, lo sentiría en mi conciencia; y no puedo crearle
obligaciones tan abrumadoras a una muchacha en la flor de la edad que tiene
miles de excelentes partidos para elegir. No quiero una esposa, y les sugeriría
dejar de insistir al respecto.
Se sentaron en un banco
bajo los árboles; anochecía, y ya estaba fresco. Robert estaba haciendo sus
mejores esfuerzos por no molestarse, pero le tenía demasiado aprecio.
-Nick, ya te he
comentado, hay rumores y maledicencias, te han visto demasiado con ese tal
Hobson, que no me agrada del todo, y no quiero…
-Tampoco, descártalo
totalmente. Ni te molestes en imaginarlo. Ya estoy en matrimonio, y este
matrimonio no es de nuestro mundo. O al menos, es del mío.
Entraron en la mansión;
era casi de noche, había refrescado mucho, y casi era la hora de la cena. Subió
a contarle a Katharine su conversación, para que aunque más no fuera los
acompañara a cenar. Pero cuando su amigo tomaba una decisión y la defendía, era
irreversible. A las pocas horas, la sobremesa se interrumpió violentamente por
una noticia infausta: el laboratorio de Tesla ardía hasta los cimientos sin
causa conocida. Aunque a Robert la noticia no le tomó por sorpresa.